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Serafín MARTÍNEZ DEL RINCÓN TRIVES (Palencia, 1840 – Madrid, 1892). “La carta de amor”.

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Serafín MARTÍNEZ DEL RINCÓN TRIVES

Lote en subasta:

MARTÍNEZ DEL RINCÓN Y TRIVES, Serafín (Palencia, 1840 – Madrid, 1892). 
“La carta de amor”, 1879.
Óleo sobre lienzo.
Firmado y fechado en el ángulo inferior derecho.
Medidas: 43 x 58 cm; 59,5 x 74 cm (marco).

 

En este lienzo el pintor plasma una escena galante ambientada en el siglo XVIII, protagonizada por tres mujeres que leen una carta de amor dirigida a una de ellas, mientras su autor las escucha a escondidas, oculto tras un pilar. Los personajes aparecen ataviados a la moda del siglo XVIII, destacando especialmente una de las mujeres, vestida de maja. También el escenario está inspirado en dicha centuria, así como el mobiliario, dos sillas de estilo Chippendale.

Serafín Martínez inicia sus estudios artísticos en la Escuela Municipal de Dibujo de su ciudad natal, para a continuación pasar a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, donde trabó amistad con Manuel Fernández y Federico Latorre. Desde joven participó en diversas exposiciones, siendo premiado en 1857 con la medalla de bronce en la Exposición Provincial de Valladolid. En 1862 concurrió por primera vez a la Nacional de Madrid, y de nuevo en 1867, obteniendo una mención honorífica por su pintura “Reparto de sopa a la puerta de un convento”. Por estos años inicia su carrera docente, primero en la Escuela de Bellas Artes de Oviedo y luego en la de Cádiz, de la que fue nombrado director en 1871. Un año antes había sido nombrado académico numerario, y había obtenido la medalla de oro de la Exposición Provincial gaditana. Hacia 1873 se traslada a Málaga, donde también fue profesor de la Escuela de Bellas Artes. En 1876, el ayuntamiento le encargó un retrato de Alfonso XII.

Desde Andalucía sigue concurriendo a las Exposiciones Nacionales, donde será premiado con tercera medalla en 1878, por una obra que fue adquirida por el gobierno francés, y reproducida en “La Ilustración Española y Americana”. En 1881 fue propuesto por el jurado de la Nacional para una medalla de segunda clase por su obra más conocida, basada en las leyendas malagueñas, titulado “La peña de los enamorados”, de inspiración orientalista. En 1883 deja Málaga para ejercer la docencia en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, de la que más tarde será nombrado director. No obstante, antes de su marcha logra la medalla de oro en la Exposición Provincial de Granada de ese mismo año 1883. En 1886 el Congreso de los Diputados le encargó cuatro retratos, y al año siguiente realiza un retrato de la reina regente con su hijo para el Ministerio de Hacienda. En 1888 alcanzó la medalla de oro en la Exposición Universal de Barcelona y se le concedió la Gran Cruz de Isabel la Católica, a propuesta del Ministerio de Fomento.

Serafín Martínez del Rincón y Trives está representado en el Museo del Prado, la Fundación Picasso de Málaga, el Museo de San Telmo en San Sebastián y en el Palacio de la Antigua Capitanía General de Zaragoza, entre otros, así como en diversas colecciones particulares.

 

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Modesto BROCOS (1852 – 1936). “El matrimonio”.

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Modesto BROCOS Y GÓMEZ

Lote en subasta:

BROCOS Y GÓMEZ, Modesto (Santiago de Compostela, 1852 – Río de Janeiro, 1936).
“El matrimonio”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo.
76 x 56 cm; 96 x 79 cm (marco).

 

Pintor de retratos, paisajes y temas de género, grabador, dibujante y escritor, Modesto Brocos fue un artista gallego activo en Brasil, o un artista brasileño nacido en Galicia (obtuvo la nacionalidad brasileña). Inició su formación en la Academia de Bellas Artes de La Coruña, en Santiago, donde tuvo como profesor a su hermano Isidoro, escultor y grabador, quien será años más tarde profesor de Pablo Picasso. También estudió con el miniaturista Cancela del Río.

Antes de cumplir los veinte años inicia su primer periplo a Sudamérica, llegando en 1871 a Buenos Aires. En la capital porteña trabaja como ilustrador en “Los Anales de la Agricultura de la República Argentina”, publicación editada por el patrocinio de Domingo F. Sarmiento. Abrió un taller de dibujo y grabado en 1872, pero dos años más tarde, en torno a 1874-75, se trasladará a Brasil, concretamente a Río de Janeiro. Allí estudiará en la Academia Imperial de Bellas Artes, donde tuvo como maestros a Vítor Meireles y Zeferino da Costa. Asimismo, colaborará con la publicación “O Mequetrefe”. De hecho, Brocos popularizará en Brasil la técnica de la xilografía, casi desconocida hasta entonces, que utilizaba para realizar sus ilustraciones.

De carácter inquieto, sólo permanece dos años en Brasil, regresando a continuación a Europa e instalándose en un primer momento en París, donde ingresó en la Escuela de Bellas Artes y tuvo como maestro al alemán Henri Lehmann. Descontento con el sistema docente de la institución, poco tiempo después la abandona y se marcha a Madrid. De la capital española parte de nuevo a Francia y desde allí a Roma, pensionado por la Diputación de La Coruña. Allí estudia en la Academia Chigi, y entra en contacto con Francisco Pradilla, quien será su protector y maestro durante sus cuatro años de estancia en la capital italiana. Por estos años Brocos es ya un artista maduro, autor de excelentes obras y frecuente en el Salón de París.

En 1890, dejando de lado su cátedra en la Sociedad Económica de Santiago, regresó a tierras americanas, instalándose de nuevo en Río. Allí conseguirá una plaza docente en la Escuela Nacional de Bellas Artes, de la que será finalmente director, y desempeñará una importante labor como pintor y tratadista. Así, publicó escritos sobre teoría del arte, y realizó innumerables retratos al aguafuerte, así como pinturas de temas costumbristas e históricos de Brasil. No obstante, pese a estar afincado en América mantuvo lazos con su España natal, participando en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes (fue premiado con Mención Honorífica en 1897), e incluso publicando escritos, entre los que destaca su única obra de ficción, “Viaje a Marte”, editada en Valencia en 1930, en la que construye una auténtica utopía socialista.

En 1952 se organizó en Río una exposición antológica de su obra, con motivo del centenario de su nacimiento. Actualmente está representado en el Museo Nacional de Bellas Artes de Río de Janeiro, el cual le dedicó en 2007 una importante exposición antológica, la Pinacoteca do Estado de São Paulo, el Museo de Bellas Artes de La Coruña, la Fundación Caixa Galicia, etc.

 

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Escuela francesa de mediados del siglo XIX. “Via Crucis”.

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Escuela francesa siglo XIX.

 

Lote en subasta:

Escuela francesa mediados del siglo XIX.
“Via Crucis”.
Conjunto de catorce óleos sobre tabla. 
Con inscripciones del primer propietario: “Alcan à Paris (Propriété) 1879” y “Alcan à Paris”.
117 x 84 cm (cada tabla); 136 x 100 cm (marcos).

 

El “Via Crucis” o Camino de la Cruz refiere las diferentes etapas y momentos vividos por Jesucristo desde el momento en que fue aprehendido hasta su crucifixión y sepultura. Teológicamente, se trata de un camino de oración, que busca adentrar al fiel en la meditación de Jesús en su camino al Calvario. Se representa con una serie de imágenes de la Pasión o “Estaciones”, en total catorce, que son las aquí representadas por orden. En primer lugar, Jesús es condenado a muerte; en la imagen lo vemos siendo llevado por los soldados, con la figura de Pilatos detrás, lavándose las manos. A continuación, Jesús carga con la cruz. La tercera, Jesús cae por primera vez y, como aquí vemos, es azotado por los soldados. La cuarta estación es aquella en la que se encuentra con su madre, María. La quinta, en la que Simón el Cireneo le ayuda a portar la cruz. En la sexta, Verónica limpia su rostro, quedando en el paño marcada la Santa Faz. En la séptima, Jesús cae por segunda vez, y en la octava consuela a las mujeres de Jerusalén. En la novena estación Jesús cae por tercera vez, y en la décima es despojado de sus vestiduras. En la undécima es clavado en la cruz, y su muerte en ella supone la duodécima estación. En las dos últimas, Jesús es bajado de la cruz y puesto en brazos de su madre (imagen de la Piedad), y finalmente es sepultado.

 
En esta serie de catorce tablas, el Via Crucis completo, el autor realiza un magnífico trabajo de narración, cuidando los detalles que aportan realismo a la historia, casi como un guiño al clasicismo barroco, aunque sin desviarse demasiado del camino neoclásico imperante en el momento. Así, vemos un estilo claramente deudor del barroco, como es corriente dentro de las obras religiosas de este momento, pero que sin embargo revela un gusto ya diferente, moderno, de influencia neoclásica. A nivel formal, esto es especialmente patente en el predominio del dibujo sobre el color, principio básico del clasicismo. Además, es un dibujo académico, de magnífica corrección, riguroso y limpio, que se complementa con un cromatismo contenido y magníficamente entonado, como se aprecia especialmente en algunas tablas (“Cristo es condenado a muerte”, “Cristo carga con la cruz” y otras). De hecho, en todas las tablas la paleta gira en torno a los mismos tonos, principalmente carmines, azules, ocres y verdes, con grises y blancos para los fondos. Esta uniformidad tonal sirve para unir visualmente las catorce tablas, aportando así unidad al conjunto. Otro elemento clave en esta monumental obra es el magistral tratamiento anatómico, de raíz clásica, con figuras monumentales (especialmente las de Cristo y la Virgen María), y algunas claramente inspiradas en la estatuaria clásica, como es el caso del soldado que desviste a Cristo para que éste tome la cruz. Finalmente cabe destacar la importancia expresiva de los rostros, que revelan sus emociones con la contención propia del neoclasicismo, conmoviendo el ánimo del fiel sin necesidad de recurrir al patetismo más propio del barroco. Esto se debe al cambio de mentalidad, a que el siglo XIX es un momento de religiosidad entendida de un modo más íntimo, más privado, alejado de los grandes escenarios dramáticos de los siglos anteriores.

 

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Francisco MIRALLES GALAUP (Valencia, 1848 – Barcelona, 1901). “Dama leyendo”.

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Francisco MIRALLES GALAUPLote en subasta:

MIRALLES I GALAUP, Francisco (Valencia, 1848 – Barcelona, 1901).
“Dama leyendo”, 1886.
Óleo sobre lienzo.
Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo.
Medidas: 92 x 73 cm; 108 x 87 cm (marco).

 

En esta obra se nos presenta una escena cotidiana contemporánea, protagonizada por una joven dama elegantemente vestida en un interior sobrio, ocupado por muebles antiguos y apenas definido, caracterizado por un tratamiento del espacio que remite directamente a Velázquez. Así, el suelo y el muro que cierra el espacio al fondo apenas aparecen diferenciados, y están trabajados con un cromatismo terroso, neutro, sutilmente matizado por luces y sombras que construyen el espacio sin necesidad de recurrir al dibujo o a antiguos efectos como el trazado en perspectiva del pavimento.

Otra influencia clave es la de los pintores holandeses de interiores burgueses del siglo XVII, si bien aquí Miralles trabaja de un modo totalmente personal, limitando la descripción y el carácter narrativo y desplegando una pincelada ya totalmente moderna, de influencia impresionista. Sí mantiene el minucioso detallismo, en cambio, en las ropas de la mujer, ricamente descritas hasta el más pequeño de sus volantes, lo que dota a la imagen de un cierto carácter fotográfico, dado que el mueble que vemos al fondo queda más desdibujado, como si fuera el fondo en segundo plano de una fotografía, desenfocado respecto al modelo principal.

Francisco Miralles se formó en Barcelona en el taller de Ramón Martí Alsina, donde fue condiscípulo de los integrantes de la primera generación de realistas catalanes. Instalado en París entre 1863 y 1866, es posible que estudiara con Courbet aconsejado por Alsina, quien también se formó con él. Debido a estas influencias, su estilo de juventud, hasta finales de los años setenta, es aún vigorosamente realista. Más tarde evolucionará hacia un estilo de elegancia femenina, típicamente finisecular, con una técnica de influencia fortunyista.

En París popularizó un estilo refinado, centrado mayoritariamente en temas costumbristas de la vida burguesa y de la alta sociedad, fundamentalmente protagonizados por personajes femeninos. Participó en el Salón de los Artistas Franceses, en París, entre 1875 y 1896, y expuso desde 1877 en la barcelonesa sala Parés. Tras varios años a caballo entre París y Barcelona, regresa definitivamente a la ciudad condal en 1893. Francisco Miralles está representado en el MACBA, el de la abadía de Montserrat y el Círculo del Liceo de Barcelona, así como en importantes colecciones particulares.

 

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Un icono de la Revolución Industrial a subasta

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Joan PLANELLA RODRIGUEZ

PLANELLA I RODRIGUEZ, Joan (Barcelona, 1849 – 1910).
“La nena obrera”, 1882.
Óleo sobre lienzo.
Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo.
Adjunta documentación.
Medidas: 179,5 x 140 cm; 197 x 156 cm (marco).

 

 

 

 

 

Exposiciones:

  • “Barcelona 1900”, exposición celebrada en el Museo Van Gogh de Ámsterdam entre septiembre de 2007 y enero de 2008. Obra reproducida en el catálogo.
  • “Catalunya en la España moderna. 1714-1983”, exposición celebrada entre mayo y junio de 1983 en el Centro Cultural de la Villa de Madrid y organizada por la Generalitat de Catalunya.
  • “Catalunya, la fàbrica d’Espanya. Un segle d’industrialització catalana. 1833-1936”, exposición organizada por el Ayuntamiento de Barcelona en 1985. Obra reproducida en el catálogo.
  • “La Llotja i l’economia catalana. Del Consolat de Mar a la Cambra de Comerç”, exposición organizada por la Cambra de Comerç, Indústria i Navegació de Barcelona en 1985. Obra reproducida en el catálogo.
  • “Les Bases de Manresa. Cent anys de Catalanisme”, exposición organizada por la Generalitat de Catalunya en 1992.
  • “Mil•lenari de Catalunya”, exposición celebrada en el Palau Robert de Barcelona entre diciembre de 1988 y enero de 1989, organizada por la Generalitat de Catalunya.

Publicaciones:

  • Obra reproducida en la portada de los libros “Història de la literatura catalana” (Barcelona: Edicions 62 / Orbis, 1984), “Enfants au travail”, dirigido por R. Caly (Publicacions de l’Université de Provence, 2002) y el primer número de “Un siglo de Catalunya”, obra lanzada por “El Correo Catalán” en diciembre de 1977.
  • Obra reproducida en los siguientes diarios y revistas: “La Vanguardia” (sábado 8 de febrero de 1989 y domingo 21 de junio de 1987), “Panorama Enka” (nº 30, 1986), “Muy Interesante” (nº 143, abril de 1993), “Horizontes” de Avensa (nº 36, 1992), “Historia y Vida” (nº 45) y “Época” (nº 632, abril de 1997).

 

“La nena obrera”

“La nena obrera” es un hito en la historia del arte catalán, la pintura más conocida de su autor, Joan Planella i Rodríguez, y uno de los iconos de la industrialización textil catalana del siglo XIX. Es una de las imágenes más emblemáticas para ilustrar lo que supuso el trabajo infantil en la industria textil y, en general, en toda la industria del siglo XIX. También conocida como “La petita obrera” o “La petita teixidora”, es sin duda la obra maestra de Planella. Existen dos versiones de esta obra, la original de 1882, que es la que aquí presentamos y la más popular y conocida, y una segunda pintada hacia 1885, casi desconocida hasta hace poco. Este cuadro, primera versión del tema, está fechado en 1882, si bien no se dio a conocer al público hasta dos años más tarde, en 1884. Parece que en un principio no se tituló como lo conocemos a día de hoy, sino que hacía uso de una cita bíblica en castellano situada en su marco original: “Y dijo Dios: Ganarás el pan con el sudor de tu rostro”. Esta primera versión de la pintura es la que tradicionalmente se ha reproducido en infinidad de publicaciones, especialmente a partir de la fotografía que Francesc Català-Roca hizo para el libro “Història de l’art català”. La historiografía consideró tradicionalmente que sólo existía esta versión, hasta que en diciembre de 2012 apareció una réplica en la casa de subastas barcelonesa Balclis, que fue adquirida por el Museu d’Història de Catalunya, donde el cuadro se ha convertido en un icono para ilustrar los males de la Revolución Industrial.

Como decíamos más arriba, el cuadro original de 1882 no fue presentado el público hasta 1884, año en que se mostró primero en la Sala Parés de Barcelona y poco después en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid. La obra causó impacto y admiración entre el público y la crítica especializada, causando diversos comentarios en la prensa, en general muy positivos. Se valoró que el pintor hubiera tenido la valentía de representar un tema contemporáneo, y también el hecho de que, aunque se trata de un tema de denuncia, Planella consigue hallar poesía donde fácilmente podía haber fracasado y caído en el feísmo. Se aplaudió el hecho de que hubiera alcanzando el difícil equilibrio entre modernidad y belleza, de una forma emotiva y sin olvidarse de aplicar una buena técnica. El año siguiente, 1885, el pintor presentó la segunda versión en la muestra celebrada por el Centre d’Aquarel•listes en el Museo de Martorell, y se inicia entonces la carrera internacional de ambos cuadros. En 1887 se expuso en el Salón de París, donde gozó de gran éxito; en 1888 en la Exposición Universal de Barcelona, donde consiguió primera medalla; en 1891, en la Internacional de Bellas Artes de Berlín (probablemente la original de 1884), donde le valió a Planella una medalla de oro de segunda clase; y finalmente, en 1893, en la Exposición Universal de Chicago (la réplica), donde se le concedió otra medalla y la obra fue adquirida por la Fall Festivities Association de Saint Louis, con destino al City Art Museum de dicha ciudad. Décadas más tarde, en 1845, el museo dio de baja la pintura y ésta fue vendida en subasta pública en Nueva York. Es ilustrativa de la recibida que tuvo “La nena obrera” la buena crítica que realizó Joan Brull en el diario “Joventut” el 10 de abril de 1902: “Figuró en nuestra Exposición Universal. El asunto no puede ser más sencillo: una niña anémica trabajando en un telar, pintada muy sencillamente. Ninguna novedad de técnica, nada de romper moldes; y no obstante este cuadro tan pequeño fue creciendo, el jurado se dio cuenta, después de seguir una marcha triunfal por diversas Exposiciones de Europa, y acabó por ser vendido en Chicago a un precio extraordinario”.

La obra original, la que aquí presentamos, ha sido mostrada a través de diversas exposiciones, entre ellas la titulada “Barcelona 1900” y celebrada en el Museo Van Gogh de Ámsterdam entre septiembre de 2007 y enero de 2008. Con motivo de dicha muestra, donde la pintura fue exhibida en la primera de las salas, “La nena obrera” fue mencionada en un artículo del diario “El País” (21 de septiembre de 2009), donde la pintura es calificada como “sobrecogedora”, y también en el que “La Vanguardia” dedicó a la muestra (21 de septiembre de 2009). “La nena obrera” es, como hemos mencionado, la obra más conocida de Planella y la que ha contribuido a vincularlo con el movimiento realista del siglo XIX. El resto de su producción aún hoy nos resulta bastante desconocida. Desde sus inicios como pintor en la década de 1870, Planella se interesó por captar la realidad más cercana a través de escenas costumbristas y de su tiempo. En la mayoría de ellas parece que se preocupó por los aspectos más cotidianos, a veces con recuerdos románticos, o sin poder evitar caer en el anecdotismo propio de la época. Pese a todo, algunos de estos cuadros nos llevan a pensar en un artista que quería retratar el día a día del proletariado. No obstante, desconocemos cuáles fueron sus intenciones a la hora de pintar estos temas, dado que no se conserva ningún testimonio de su pensamiento.

 

Joan Planella i Rodríguez

Joan Planella i Rodríguez perteneció a una destacada saga de artistas catalanes, por lo que no es de extrañar que comenzara su educación artística en La Llotja con tan sólo nueve años. En 1870, año de sus últimos estudios en dicha escuela barcelonesa, Planella participa por primera vez en una muestra, presentando un par de pinturas de tipo costumbrista. Inició así una fructífera y larga carrera expositiva, en la que destaca de forma especial su participación en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de Madrid, donde debutó en 1871 con “El día de San Baldomero”.

En 1875 esta carrera expositiva se ve interrumpida por el viaje del pintor a Roma, gracias a la Pensión Fortuny. Recorrió Italia pintando todo tipo de temas, y a su regreso a Barcelona entra como profesor en la Escuela de Bellas Artes de Sant Jordi, de la que más tarde sería nombrado catedrático. Será por estos años cuando retome su carrera expositiva, ampliándola especialmente en el extranjero. Será galardonado con tercera medalla en la Nacional de 1884 y con segunda en la de 1887, participará en el Salón de París de 1887 con su obra maestra, “La nena obrera”; en la de Bellas Artes de Munich de 1890, siendo galardonado con medalla de segunda clase; en la Exposición Internacional de Bellas Artes de Berlín de 1891, donde obtuvo medalla de oro de segunda clase; y en la Universal de Chicago de 1893, donde fue de nuevo premiado. Asimismo, PLanella estuvo muy vinculado al Centre d’Aquarel•listes, posteriormente convertido en Cercle Artístic, del que fue presidente en 1884-85.

Actualmente Planella está representado en el Museo del Prado, la Real Academia de Bellas Artes de Sant Jordi, el Museu d’Història de Catalunya, el MNAC y el Museu Municipal de Nàutica del Masnou, entre otras colecciones públicas y privadas.

 

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Eliseo MEIFRÈN ROIG (Barcelona, 1857 – 1940). “Plaza de pueblo”.

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MEIFRÈN ROIG

Lote en subasta:

MEIFRÈN ROIG, Eliseo (Barcelona, 1857 – 1940).
“Plaza de pueblo”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior derecho.
Adjunta certificado de autenticidad emitido por Marçal Barrachina.
Medidas: 73,5 x 65,5 cm.

 

Pintor de paisajes y marinas, Eliseo Meifrèn es considerado uno de los primeros introductores del movimiento impresionista en Cataluña. Comenzó su formación artística en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, donde fue discípulo de Antonio Caba y Ramón Martí Alsina, con quienes comenzó a realizar paisajes románticos de factura académica.

Tras finalizar sus estudios, en 1878, se traslada a París a fin de ampliar sus conocimientos artísticos, y allí pudo conocer de primera mano la pintura a “plen air”, que le influiría poderosamente en sus paisajes parisinos de esos años. Asimismo, en París coincide con el inicio público del impresionismo. Un año más tarde realiza un viaje a Italia, en el curso del cual visitó Nápoles, Florencia, Venecia y Roma; allí tomó contacto con el círculo de artistas catalanes formado por Ramón Tusquets, Arcadio Mas i Fondevila, Enrique Serra, Antonio Fabrés y Joan Llimona, entre otros. Ese mismo año de 1879 participa en la Exposición Regional de Valencia, y obtiene medalla de oro.

Ya de regreso en Barcelona, en 1880 debuta individualmente en la Sala Parés de Barcelona, donde seguirá exponiendo con regularidad desde entonces. Por estos años formará parte del grupo de los modernistas, y frecuentará Els Quatre Gats. En 1883 regresa a París, donde realiza numerosos dibujos y acuarelas con vistas de la ciudad y de sus cafés, que le valieron una calurosa acogida por parte de la crítica y el público franceses. A finales de los ochenta regresa de nuevo a Barcelona y continúa mostrando su obra en la Sala Parés, además de hacerlo en el Centro de Acuarelistas. Asimismo, en 1888 formará parte del jurado de la Exposición Universal celebrada en la ciudad condal. En 1890 regresa por tercera vez a la capital gala, donde participó en el Salón de Bellas Artes y en el de los Independientes de 1892, junto con Ramón Casas y Santiago Rusiñol, artistas con los que había formado el grupo pictórico de Sitges un año antes.

En los años siguientes Meifrèn remitirá sus obras a numerosas muestras oficiales y certámenes, entre ellos las Exposiciones Nacionales de Madrid y Barcelona, y fue galardonado con tercera medalla en las Universales de París de 1889 y 1899, medalla de plata en la Universal de Bruselas de 1910, gran premio en la Universal de Buenos Aires de ese mismo año, medalla de honor en la Internacional de San Francisco de 1915 y gran premio en la de San Diego del año siguiente. También obtuvo el Premio Nonell de Barcelona en 1935. En 1952, el Ayuntamiento de Barcelona le dedicó una muestra retrospectiva, celebrada en el Palacio de la Virreina.

Sus paisajes iniciales, caracterizados por un concepto académico y romántico, evolucionarán más tarde hacia un lenguaje impresionista; abandonado el preciosismo romano, la suya será una técnica de pincelada suelta y paleta clara, en la que la concepción lumínica se acerca a presupuestos de raíz simbolista, dentro de la órbita de Modesto Urgell. Actualmente está representado en el Museo del Prado, el Nacional de Arte de Cataluña, el MACBA de Barcelona y el Thyssen-Bornemisza, entre muchos otros.

 

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Tomás MUÑOZ LUCENA (Córdoba, 1860 – 1943). “Muchacha dando de comer a las gallinas”.

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Tomás MUÑOZ LUCENA

Lote en subasta:

MUÑOZ LUCENA, Tomás (Córdoba, 1860 – 1943).
“Muchacha dando de comer a las gallinas”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado y localizado en la zona inferior izquierda.
60 x 90 cm; 84 x 113 cm (marco).

 

Tomás Muñoz Lucena inicia su formación en la escuela cordobesa de pintura de Rafael Romero Barros. A continuación ingresa en la recién inaugurada Escuela de Bellas Artes de Córdoba, donde coincide con Julio Romero de Torres y Mateo Inurria. Gracias a su talento obtiene una beca de la Diputación Provincial para cursar estudios en la Escuela de San Fernando de Madrid, en el año 1879. Allí será discípulo de Federico de Madrazo. De nuevo becado por la Diputación, Muñoz Lucena realiza un viaje a Roma, donde adquirió la nueva tendencia impresionista, siendo de hecho considerado el primer pintor cordobés dentro de este estilo. En 1881 concurre por primera vez a la Exposición Nacional de Madrid, y tres años más tarde envía desde Roma su obra “Ofelia”, que causó admiración pero no fue premiada.

Frustrado por esta injusta marginación, debida sin duda a que los suyos no eran los temas buscados por el jurado de las Nacionales, que valoraban ante todo los temas de historia, Muñoz Lucena se replantea seriamente la temática de las obras que destinará a estos certámenes. Así, entrando en el juego de la pintura de historia envía a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887 su aportación al género, dándole además el aire “necrófilo” que tan del gusto era de los jurados. El cuadro, magnífico, se tituló “El cadáver de Álvarez de Castro”, exaltando al general que resistió durante meses al asedio de Girona por los franceses, y por fin fue galardonado, con una segunda medalla. Con este reconocimiento oficial el prestigio de Muñoz Lucena aumenta considerablemente, y se sucederán sus éxitos. De nuevo obtiene segunda medalla en 1890 y, finalmente, primera medalla en 1901 por su cuadro “Plegaria en la ermita de Córdoba”.

También tomó parte en certámenes extranjeros, y en 1900 fue premiado con medalla de bronce en la Exposición Universal de París. Fue profesor desde 1894, año en que fue nombrado director de dibujo del Instituto de Córdoba, y posteriormente ejercerá la docencia también en Granada y Sevilla. En los últimos años del siglo XIX empezará además a colaborar con revistas como “Blanco y Negro” y “La Ilustración Española y Americana”, formando parte del grupo de ilustradores que marcaron un camino nuevo en las artes gráficas de principios del siglo XX. Se jubila en 1930, y decide trasladarse a Madrid, donde vivió hasta su muerte en 1943. Además de pintar se dedicó también a la ilustración, colaborando con revistas como “Blanco y Negro”, a cuya primera generación perteneció. Se conservan obras de Muñoz Lucena en el Museo del Prado, el Museo de Bellas Artes de La Coruña, la Diputación de Córdoba, la Universidad de Granada y el Museo Romántico de Madrid.

 

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José VILLEGAS CORDERO (Sevilla, 1848 – Madrid, 1921). “Partido de tenis”.

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José VillegasLote en subasta:

VILLEGAS CORDERO, José (Sevilla, 1848 – Madrid, 1921).
“Partido de tenis”, Biarritz.
Óleo sobre lienzo.
Firmado y localizado en el ángulo inferior derecho.
Adjunta certificado de autenticidad, emitido por Ángel Castro Martín.
Medidas: 42 x 52 cm; 64 x 74 cm (marco).

 

José Villegas inicia su aprendizaje con José María Romero, bajo cuya dirección estudió dos años. A continuación ingresó en la Escuela de Bellas Artes, donde fue discípulo de Eduardo Cano. A temprana edad lleva a la Exposición sevillana de 1860 su cuadro “Pequeña filósofa”, que se vende en 2.000 reales. Hacia 1867, aún en etapa de formación, pinta dos lienzos: “Niñas pidiendo limosna”, muy elogiado por la crítica, y “Colón en la Rábida”, adquirido por los duques de Montpensier. Seguidamente viaja a Madrid, donde acudirá al estudio de Federico de Madrazo. Allí traba amistad con Rosales y Fortuny, y estudia a los maestros del Museo del Prado. En este periodo copia a Velázquez, cuya factura espontánea adoptará para su técnica pictórica, al tiempo que su vibrante color.

Seducido por la obra orientalista de Fortuny, Villegas regresa a Sevilla y visita Marruecos, de donde trajo algunos cuadritos y apuntes. A finales de 1868 decide trasladarse a Roma en compañía de Rafael Peralta y Luis Jiménez Aranda. Allí frecuenta las clases nocturnas de la Academia Chigi y comparte estudio con otros colegas, hasta que pasa al taller de Rosales. Su obra, en este momento, se centra en los temas costumbristas, género en el que Villegas alcanzó resonantes triunfos, siendo demandado incesantemente por una clientela ávida de temas castizos, especialmente de toreros y bailaoras. Su extraordinaria versatilidad le permitió, además satisfacer la demanda de una clientela internacional que, a partir de Fortuny, exigía temas de fantasía árabe. Así, Villegas aprovecha sus apuntes tomados en Marruecos, sin olvidar los temas de género y de “casacones”. A mediados de los setenta regresa a Sevilla y visita de nuevo Marruecos.

De vuelta en Roma a partir de 1876, recoge la antorcha legada por Fortuny y se convierte en el pintor más admirado y cotizado entre marchantes y coleccionistas. Sigue trabajando sus temas orientalistas y costumbristas, y envía sus obras a las exposiciones españolas. En 1878, a raíz de un encargo del Senado español, Villegas se inicia en los temas de historia. Asimismo, a mediados de los ochenta se centrará en la realización de cuadros directamente inspirados en el arte renacentista italiano, siendo su obra culminante dentro de este estilo “El triunfo de la Dogaresa”, pintada en 1892 y expuesta con enorme éxito en Berlín. Durante estos años trabaja especialmente en Venecia, ciudad que le ofrecía un marco inagotable para la ambientación de sus composiciones.

En 1898 fue nombrado director de la Academia de Bellas Artes en Roma, en 1901 director del Museo del Prado y en 1903 académico de San Fernando. Está actualmente representado en el Museo del Prado, los de Bellas Artes de Sevilla y Córdoba, el de San Telmo en San Sebastián y la Colección del Banco de España, entre otras instituciones de importancia, tanto públicas como privadas.

 

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William WEST (Reino Unido, 1801 – 1861). “La cascada”.

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William WEST

Lote en subasta:

WEST, William (Reino Unido, 1801 – 1861).
“La cascada”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo.
91,5 x 122 cm; 126 x 156,5 cm (marco).

 

Uno de los aspectos más radicales de la pintura romántica fue el intento de sustituir los grandes lienzos de tema histórico o religioso por el paisaje. Pretendían que el paisaje puro, casi sin figuras o totalmente carente de ellas, alcanzara la significación heroica de la pintura de historia. Se basaban en la idea de que el sentimiento humano y la naturaleza debían ser complementarios, uno reflejado en el otro. Es decir, el paisaje debía despertar emoción y transmitir ideas. Así, paisajistas como William West trataron de expresar sus sentimientos a través del paisaje, en vez de imitarlo.

El paisaje romántico está constituido no obstante por manifestaciones de muy diverso tipo y no equiparables entre sí; no afecta por igual a todas las escuelas nacionales, manteniéndose más fiel a la tradición en escuelas como la francesa o la holandesa. Así, aquí vemos la grandiosa escenografía natural propia de la escuela romántica británica, protagonizada por una cascada que cae con violencia, confundiendo agua, espuma y roca en una composición de gran naturalismo atmosférico. Otro rasgo característico del paisaje romántico que West utiliza aquí, es la neta separación entre los primeros planos y el fondo, que realza el carácter escenográfico. Asimismo, utiliza la típica perspectiva romántica muy marcada, en abismo, que tiene como complemento una ligera confusión de puntos de vista.
Pintor y acuarelista inglés del siglo XIX, William West es uno de los más destacados representantes de la Escuela de Bristol, y fue el constructor del Observatorio de Clifton Down (Bristol). Llegó a esta cuidad en torno a 1823, y ese mismo año comenzó a mostrar sus obras al público. A partir del año siguiente participará además en los grupos de dibujo de la Escuela de Bristol. De hecho, sus dibujos en grisalla son considerados uno de los mejores ejemplos de la producción de dicha escuela, siendo especialmente apreciados por su originalidad y por la expresividad de sus efectos atmosféricos. De hecho, son toda una rareza entre los dibujos ingleses de la primera mitad del siglo XIX. Estas obras, conocidas como los “Monochrome Drawings”, representan principalmente escenas mitológicas y bíblicas, pero también algunos temas de tipo fantástico. West expuso sus obras en la Royal Academy y en la British Institution de Londres a lo largo de toda su carrera, salvo por un largo paréntesis que abarca desde 1826 hasta 1845.

Pintor especializado en la temática de paisajes, en su etapa madura, a partir de 1847, se concentró en temas noruegos. West desarrolló un claro interés por la óptica y la ingeniería, lo que le llevó en 1828 a aprovechar un antiguo molino en desuso en Clifton Down para instalar un gran telescopio en su torre, convirtiéndolo así en un observatorio. En 1829 sustituyó el telescopio por una cámara oscura, y a partir de 1835 amplió el molino para crear un nuevo observatorio, construyendo una gran cúpula para alojar un telescopio giratorio. West llenó el observatorio con una colección de mapas, globos e instrumentos ópticos, y en 1837 abrió un túnel de 61 m de longitud que lo unía con la Cueva de St. Vincent, obteniendo una vista privilegiada del desfiladero de Avon. En 1834 expuso “The Avon Gorge from the summit of the Observatory”, una pintura al oleo captada desde ese punto. Actualmente William West está representado en el Metropolitan Museum de Nueva York y el Bristol City Museum and Art Gallery, entre otras colecciones tanto públicas como privadas.

 

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Raimundo de MADRAZO (Roma, 1841 – Versalles, 1920). “La joven del antifaz”.

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Madrazo

Lote en subasta:

MADRAZO Y GARRETA, Raimundo de (Roma, 1841 – Versalles, 1920).
“La joven del antifaz”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo.
Medidas: 88 x 69 cm; 108 x 89 cm (marco).

 

En esta pintura Raimundo de Madrazo trasciende el género del retrato para regalarnos una instantánea fugaz de la vida cotidiana de la burguesía de la época, una imagen llena de encanto y delicadeza, que atrapa la mirada del espectador. Se trata de una composición sencilla, protagonizada por una joven de cabellos rubios y ondulados, ojos azules y labios rojos, que esboza una sonrisa mientras nos mira con expresión pícara y recatada a la vez en cierto modo.

La muchacha aparece en primer plano, de medio cuerpo, frente a un velador en el que vemos una copa vacía con una cucharilla en su interior, sobre un platillo y una sencilla bandeja metálica. Aunque estos objetos aparecen trabajados con una extraordinaria maestría, nada en ellos distrae nuestra mirada del rostro de la modelo. Tampoco lo hace el fondo, neutro y plano, trabajado en tonos fríos sobre los que contrasta el intenso y luminoso rosa de la capa que luce la modelo, magníficamente trabajada con una técnica fluida y empastada.

 

Raimundo de Madrazo

 

Hijo de Federico de Madrazo, Raimundo recibió enseñanzas de su padre y de su abuelo, José de Madrazo y Agudo. Asimismo, cursó estudios en la Escuela Superior de Pintura y Escultura de Madrid, donde tuvo como maestros a Carlos Luis de Ribera y Carlos de Haes. En 1860 participó en la Exposición Universal de París, y dos años más tarde se estableció en esta ciudad, donde acudió al estudio de Léon Cogniet y también asistió a los cursos de la Escuela de Bellas Artes y la Imperial de Dibujo. Madrazo pasará la mayor parte de su vida en París, donde contrajo matrimonio y se convirtió en una figura destacada de la escuela de pintores españoles allí establecidos. Por estos años realizará su primer encargo de importancia, la decoración del palacio parisino de la reina María Cristina con el lienzo “Las Cortes de 1834”, terminado en 1865.

Pronto se convertirá en uno de los pintores favoritos de los círculos de la clase alta parisina, sobre todo por su facilidad para el retrato. Los suyos serán retratos de aristocrática elegancia, modelado muy suave y fondos abocetados, de ejecución suelta, según muestran obras como “Doña Josefa Manzanedo e Intentas de Mitjans, marquesa de Manzanedo” (1875) o “Ramón de Errazu” (1879), ambos hoy en el Museo del Prado. Como retratista fue uno de los mejores de su generación, digno sucesor de su padre y autor de un estilo de un realismo minucioso y elegante, a veces frívolo pero resuelto con un irresistible instinto decorativo, clave de su éxito entre la burguesía de su tiempo, siempre con un absoluto dominio de los recursos pictóricos y una delicadeza cromática enormemente refinada.

Raimundo de Madrazo cultivó también el género de costumbres tan del gusto de la época, una pintura de reinadas calidades decorativas, próxima algunas veces a su cuñado Mariano Fortuny, con quien pintó en 1868 y 1872, este último año en Granada. Raimundo de Madrazo concurrió además a exposiciones oficiales, tanto de bellas artes como de otro tipo, y en la Universal de París de 1889 fue galardonado con primera medalla y honrado con el nombramiento de oficial de la Legión de Honor. No obstante, nunca le fue necesario participar en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de Madrid, ya que desde muy joven gozó de un enorme prestigio respaldado no sólo por su apellido, sino especialmente por sus extraordinarias facultades para la pintura.

Artista cosmopolita, viajó a Roma y a Londres y, a partir de la última década del siglo XIX, a Estados Unidos y Argentina, países donde su trabajo fue altamente reconocido. Autor de lienzos históricos como “Cortes de 1834”, que realizó para el palacio parisino de la reina María Cristina de Borbón, realizó numerosas obras de interiores y escenas de género destinadas al mercado internacional, y en su juventud decoró al fresco las portadas de la madrileña iglesia de las Calatravas, unas pinturas hoy prácticamente perdidas. En 1904 su gran amigo, el coleccionista Ramón de Errazu, legó al Museo del Prado un importante conjunto de obras del artista. El propio Madrazo donó al museo en 1894 dos obras de Francisco de Goya, lo que nos indica su interés por la pintura del maestro aragonés.

Actualmente Raimundo de Madrazo está representado en dicho museo, y también en el Metropolitan de Nueva York, el de Orsay en París, la National Gallery de Londres, el Museo de Arte de la Universidad de Harvard, el Meadows de la Southern Methodist University en Dallas, el Carmen Thyssen de Málaga, el de la Spanish Society of America en Nueva York, el Nacional del Teatro de Almagro, el Provincial de Lugo, el Alcázar de Segovia, los de Bellas Artes de Bilbao, Valencia, Granada, Zamora y Álava, etc.

 

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Emilio POY DALMAU (Madrid, 1876 – 1933). “El bautizo”.

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Emilio POY DALMAU

 

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POY DALMAU, Emilio (Madrid, 1876 – 1933).
“El bautizo”, 1902.
Óleo sobre lienzo.
Firmado y fechado en el ángulo inferior derecho.
Medidas: 38,5 x 70 cm; 61,5 x 92,5 cm (marco).

 

En este lienzo Poy Dalmau nos ofrece una imagen costumbrista ambientada en el siglo XVIII, tal y como indican las ropas de los personajes. Se sitúa en el interior de una antigua iglesia, donde se está celebrando el bautizo. La luz se concentra en la zona central, donde vemos a la joven madre con su hijo en brazos, junto a un anciano sacerdote al que acompaña un monaguillo. Se trata pues de una obra perteneciente al género “de casacones”, escenas trabajadas con una factura preciosista y descriptiva ambientadas en los siglos XVII y XVIII, muy del gusto de la clientela de la segunda mitad del XIX. En Francia estas obras, llamadas “de tableutin”, fueron preferentemente de temática galante, inspiradas en las obras de autores franceses del XVIII como Boucher o Watteau. En España el referente serán Velázquez y sus contemporáneos, por lo que veremos con más frecuencia escenas de mosqueteros y otros personajes del siglo XVII. Aquí, en cambio, se busca un tema más acorde con la vida cotidiana del siglo XIX, cuyos temas cotidianos eran abordados de forma similar a la de este cuadro.

Emilio Poy Dalmau cultivó el retrato y los temas de género. Inicia su formación en la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado de San Fernando, en Madrid, donde tuvo como principales maestro a Joaquín Araujo y Francisco Padilla. Con veintiséis años se le concedió la pensión en Roma, tras ganar el concurso público con su obra “El capuchón negro”, lienzo que fue elogiado por público y crítica. Participó asiduamente en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, donde obtuvo mención honorífica en 1895 y 1897, tercera medalla en 1901,1906 y 1908, y segunda medalla en 1910. Fue profesor de dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid. Se conservan obras de Poy Dalmau en el Museo del Prado.

 

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Eduardo León GARRIDO (Madrid, 1856 – Caen, Francia, 1949). “Dama contemplando el mar”.

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Eduardo Leon GARRIDO

Lote en subasta:

GARRIDO, Eduardo León (Madrid, 1856 – Caen, Francia, 1949).
“Dama contemplando el mar”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo.
65 x 54 cm; 86 x 75 cm (marco).

 

Eduardo León Garrido inició su formación en Madrid, en la Escuela Superior de Pintura y en el taller de Vicente Palmaroli, a quien siempre consideró su único maestro. Pintor costumbrista, se especializó en escenas de baile en salones rococó, y también destacó como maestro del retrato femenino. Al no obtener la beca para estudiar en Roma, viajará allí por sus propios medios junto a su maestro Palmaroli, y más tarde a París.

En 1875 el rey Alfonso XII adquiere uno de sus cuadros, y ese mismo año obtiene una pensión de la Diputación de Madrid para estudiar en la capital francesa, donde completó su formación en el taller de Raimundo de Madrazo. Al año siguiente participa por primera vez en el Salón de París, donde presenta un “San Jerónimo”. Pronto atrajo la atención del más destacado marchante de arte del momento, Adolphe Goupil, para quien trabajará algunos años.

Desde 1876, Garrido expone sus obras de forma individual en galerías parisinas como Borniche, mostrando retratos y escenas contemporáneas. En este periodo, además, realizó numerosos viajes a Venecia, acompañado por los Madrazo, Fortuny y Martín Rico. Participó asiduamente en los Salones de París, así como en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de Madrid y en las Internacionales de Londres y Munich, donde obtuvo grandes éxitos de crítica y público. Entre 1882 y 1894 no participa ya en el Salón (excepto en 1884, cuando expone un retrato de su amigo el pintor Bréauté), sino que se centra en abastecer las galerías parisinas y madrileñas con las que tenía contratos.

En 1892 firma en exclusividad con Félix Gérard, quien le impondrá la temática de casacones tan de moda en la época. Así, en estos momentos se dedicará casi en exclusiva a pintar escenas galantes ambientadas en el siglo XVIII. Al tiempo abandona París y se instala en Varenne-Saint-Hilaire (Francia), donde se integra rápidamente en la vida cultural y es nombrado profesor de la Escuela de Artes y Oficios local. A partir de 1895 expondrá de nuevo sus obras en el Salón de París, y en 1914 se le concede la nacionalidad francesa. Durante las primeras décadas del siglo XX sigue pintando, fundamentalmente paisajes del sur de Francia y el País Vasco, así como retratos de su familia y flores.

Actualmente, Eduardo León Garrido está representado en el Museo de Prado y en el Charles Léandre de Condé sur Noireau (Francia), así como en destacadas colecciones particulares nacionales y extranjeras.

 

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RAMON CASAS (Barcelona, 1866 – 1932). “Claustro del monasterio de Sant Benet de Bages”.

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RAMON CASAS

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CASAS CARBÓ, Ramón (Barcelona, 1866 – 1932).
“Claustro del monasterio de Sant Benet de Bages”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo.
Medidas: 93 x 116 cm; 113 x 135 cm (marco).
Estimacion: 75.000 euros

 

 
Ya en 1881 Ramón Casas, que entonces tenía sólo quince años, publicó un esbozo de este claustro en la revista “L’Avenç”, fundada ese mismo año por Jaume Massó. Bastantes años después, en 1909, la familia del pintor adquiere el monasterio (que pasará a manos de Casas tras la muerte de su madre), y encarga su restauración al arquitecto modernista Josep Puig i Cadafalch.

En este magnífico lienzo Casas parece revelar el alma oculta del monasterio benedictino, la atmósfera de contemplación, silencio y meditación que ha sobrevivido al paso de los siglos para crear un puente entre los antiguos monjes y el maestro del modernismo catalán. Con tan sólo unos pocos elementos, Casas atrapa la apariencia fugaz del lugar en un momento determinado, al modo de los impresionistas, pero también va más allá hablando a través de las paredes y los suelos desnudos, a través de las bóvedas que reflejan la luz y vibran de matices cromáticos con la sombra, de un pasado de recogimiento y oración, que tiene su eco en el melancólico fin del siglo XIX.

Destacado pintor y dibujante, Casas se inicia en la pintura como discípulo de Joan Vicens. En 1881 realiza su primer viaje a París, donde completó su formación en las academias Carolus Duran y Gervex. Al año siguiente participa por primera vez en una muestra en la Sala Parés de Barcelona, y en 1883 presenta, en el Salón de los Campos Elíseos de París, un autorretrato que le valió la invitación para convertirse en miembro del salón de la Societé d’Artistes Françaises. Los siguientes años los pasa viajando y pintando entre París, Barcelona, Madrid y Granada. En 1886, aquejado de tuberculosis, se asienta en Barcelona para recuperarse.

Allí entra en contacto con Santiago Rusiñol, Eugène Carrière e Ignacio Zuloaga. Tras un viaje recorriendo Cataluña junto a Rusiñol, en 1889, Casas regresa con su amigo a París. Al año siguiente participa en una colectiva en la Sala Parés, junto con Rusiñol y Clarasó, y de hecho los tres continuarán realizando exposiciones conjuntas en dicha sala hasta la muerte de Rusiñol en 1931. Sus obras de este momento se encuentran a medio camino entre el academicismo y el impresionismo francés, en una suerte de germen de lo que sería más tarde el modernismo catalán. Su fama continúa extendiéndose por toda Europa, y realiza exposiciones de éxito en Madrid y Berlín, además de participar en la Exposición Mundial de Chicago de 1893.

Casas se establece definitivamente en Barcelona, inmerso en el ambiente modernista, aunque sigue viajando a París para los salones anuales. Financió el local que sería punto de referencia para los modernistas, el café Els Quatre Gats, inaugurado en 1897. Dos años después organiza su primera muestra individual en la Sala Parés. Mientras crecía su fama como pintor, Casas empezó a trabajar como diseñador gráfico, adoptando el estilo Art Nouveau que llegó a definir al Modernismo catalán. En los años siguientes se suceden sus éxitos: presenta dos obras en la Exposición Universal de París de 1900, gana un premio en Munich en 1901, varias de sus obras quedan en la exposición permanente del Círculo del Liceo, realiza diversas muestras internacionales y, en 1904, obtiene el primer premio en la Exposición General de Madrid. Está representado en el Museo del Prado, el Nacional de Arte de Cataluña, el Nacional Reina Sofía, el Thyssen-Bornemisza, el de Montserrat, el Cau Ferrat de Sitges, el Camón Aznar de Zaragoza y los de Arte Contemporáneo de Barcelona y Sevilla, entre muchos otros.

 

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Ramon MARTÍ ALSINA (Barcelona, 1826 – 1894). “San Juan Bautista”.

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Ramon MARTÍ ALSINALote en subasta:

MARTÍ ALSINA, Ramón (Barcelona, 1826 – 1894).
“San Juan Bautista”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el lateral derecho.
Medidas: 158 x 105 cm; 184,5 x 132 cm (marco).
Obra catalogada en el Institut Amatller d’Art Hispànic, con el nº ref. 01361001, obj. nº 43318.

 

En este lienzo Martí Alsina representa a San Juan Bautista siguiendo modelos clásicos de la Historia del Arte, utilizados ya desde el siglo XVI. Maestros como Murillo, José de Ribera o Caravaggio difundieron un modelo iconográfico que presenta al santo sentado, en un entorno de paisaje, acompañado por un cordero y en ocasiones abrazándolo, en representación simbólica de su amor por Cristo. El santo suele aparecer como aquí vemos, vestido con pieles, en soledad, portando el lábaro con la cruz y la filacteria. Martí Alsina busca su inspiración por tanto en el barroco español, y de hecho utiliza un lenguaje naturalista y en cierto modo claroscurista directamente relacionado con la pintura barroca española. Sin embargo, a las formas clásicas se une un tratamiento del color puramente impresionista, que se aprecia especialmente en las rocas y en el fondo, un cielo turbulento y plomizo iluminado por una luz enigmática y simbólica.

Considerado hoy en día como la figura más importante del realismo español, Martí Alsina se enmarca dentro de la vanguardia europea del momento. Revolucionó el panorama artístico español del XIX, fue pionero del estudio al natural, y creador de la escuela catalana moderna, así como maestro de toda una generación, con discípulos de la importancia de Vayreda, Urgell o Torrescassana. Inició sus estudios en Filosofía y Literatura, alternándolos con las clases nocturnas de la Escuela de Bellas Artes de Barcelona hasta 1848. Finalizado este primer aprendizaje y decidido por la pintura, da sus primeros pasos en la comarca del Maresme, donde comenzó a ganarse la vida haciendo retratos de estilo naturalista y paisajes a “plen air”. A partir de 1850 su carrera artística se afianza, en 1852 ingresa como profesor de dibujo lineal en la Escuela de la Lonja de Barcelona, y dos años después pasó a impartir dibujo de figura, puesto que mantuvo hasta la ascensión al trono de Amadeo de Saboya. En 1853 viaja a París, donde visita el Louvre y se familiariza con la obra de Horace Vernet, Eugène Delacroix y el romanticismo francés.

Más adelante conocerá la obra de Gustave Courbet, el mayor exponente del realismo. En 1859 fue nombrado académico correspondiente de la Academia de Bellas Artes de Sant Jordi de Barcelona. Su primera muestra importante fue la Exposición General de Bellas Artes de Barcelona de 1851. A partir de ese momento expondrá con regularidad en Barcelona, Madrid y París, y fue invitado a la Exposición Universal de la capital gala de 1889. Entre sus premios destacan las medallas obtenidas en las Exposiciones Nacionales de Madrid, tercera en 1858 con la obra “Último día de Numancia” y segunda en 1860 con su paisaje. En sus últimos años vivió recluido, centrados sus esfuerzos en la búsqueda de nuevas formas de expresión, con una pincelada deshecha próxima al impresionismo. Entre sus temas encontramos numerosos paisajes y marinas, vistas urbanas (especialmente de Barcelona), retratos y figuras humanas, escenas costumbristas, temperamentales desnudos femeninos, pintura de historia y escenas bíblicas. En pocas ocasiones se dedicó al bodegón, aunque también pintó algunos de ellos. Se conservan obras de Martí Alsina en el Museo del Prado, el Thyssen-Bornemisza, el Nacional de Arte de Cataluña, el MACBA, el de la abadía de Montserrat y el de l’Empordà, en Figueras.

 

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Mariano BARBASÁN LAGUERUELA (Zaragoza, 1864 – 1924). “Paisaje”.

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Mariano BarbasánLote en subasta:

BARBASÁN LAGUERUELA, Mariano (Zaragoza, 1864 – 1924).
“Paisaje”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior derecho.
145 x 212 cm; 154 x 222 cm (marco).

 

En este lienzo Barbasán nos ofrece una imponente imagen natural, hábilmente construida con un dibujo sintético, riguroso y de base geométrica, sobre el cual despliega una paleta muy amplia y matizada, que refleja con naturalismo e instantaneidad un momento fugaz, irrepetible, bañado por la luz del crepúsculo. Los últimos rayos del sol tiñen de rosa las cumbres de las montañas, mientras a sus pies todo queda ya envuelto en penumbra, en una sombra que no apaga los colores sino que les dota de un cierto aspecto fantasmagórico, profundamente lírico. Nada más distrae nuestra atención; Barbasán construye con el color, reflejando con ojo atento cada uno de los cambios tonales del terreno, construyendo los volúmenes y, especialmente, el amplio espacio, a través de los sutiles cambios de luz.

Mariano Barbasán inició su formación en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia entre 1880 y 1887, y allí mantuvo una estrecha relación son sus condiscípulos Joaquín Sorolla y Salvador Abril. En 1887 se traslada a Madrid para conocer las colecciones del Museo del Prado, y ese mismo año participa en la Exposición Nacional de Bellas Artes. En este momento realizará sus primeras pinturas, cuadros de pequeño formato de temática teatral e histórica, principalmente ambientados en Toledo. De hecho, durante este periodo viaja asiduamente a dicha ciudad, estudiando sus paisajes y arquitecturas. En 1889 obtiene la pensión de la Diputación de Zaragoza para completar sus estudios en Roma. Finalmente decide quedarse en Italia de forma permanente. Abrió un estudio en Roma, pero durante largas temporadas trabajó en Subiaco, en la campiña romana. A los cincuenta y siete años regresa a España para ocupar un puesto en la Academia de Bellas Artes de San Luis de Zaragoza.

Gracias a sus contactos con marchantes ingleses y alemanes, su obra se difundió rápidamente por Europa. Expuso repetidamente en Berlín, Munich, Viena y Montevideo. En su ciudad natal se celebró una muestra antológica en 1923, en el Centro Mercantil, y otra póstuma tuvo lugar en el Museo de Arte Moderno de Madrid, en 1925. Aunque pintó inicialmente alguna obra de carácter histórico, Barbasán cultivó ante todo la pintura paisajista y las escenas de la vida rural. Su estilo, colorista y de gran luminosidad, es ante todo realista, con cierta influencia del impresionismo (preimpresionismo italiano, principalmente) y de la obra de Fortuny. Figuran obras de Mariano Barbasán en el Museo del Prado, el de Arte Contemporáneo de Madrid, el Provincial de Zaragoza, el de Arte Moderno de Roma, y los de Bellas Artes de San Petersburgo, Munich, Varsovia, Montevideo y Río de Janeiro, entre otros.

 

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José Mongrell Torrent (1870 – 1937). “Familia de pescadores”.

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MONGRELL

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MONGRELL TORRENT, José (Valencia, 1870 – Barcelona, 1937).
“Familia de pescadores”, años 30.
Óleo sobre lienzo.
Firmado, fechado y localizado (parcialmente ilegible) en el ángulo inferior izquierdo.
Certificado de autenticidad, emitido por Marçal Barrachina, a petición y cargo del comprador.
100 x 75 cm; 122,5 x 96,5 cm (marco).

 

 

Esta impresionante obra refleja la maestría del luminismo de Mongrell, pintor clave para comprender no sólo el impresionismo valenciano, sino el español en general. En ella el artista aborda uno de sus temas predilectos, el costumbrista, que une paisaje y atmósfera con escenas cotidianas de la vida diaria, protagonizada por personajes populares captados con una dignidad que los equipara a los antiguos héroes clásicos. Sus personajes se convierten así en héroes modernos, humildes u orgullosos, indiferentes incluso, pero siempre admirables y captados con un acento poético que trasciende la simple representación del natural.

Esto es perfectamente visible en nuestra obra, en la cual nuestra mirada queda irremediablemente atrapada por la magnética expresión de la niña, que avanza resuelta, enérgica, esbozando una sonrisa para sí misma, ignorando nuestra presencia. Junto a ella, su padre carga con un pesado fardo a las espaldas, y baja el rostro para protegerse del sol, mostrando un semblante relajado y satisfecho. Tras ellos vemos a la madre, erguida como una cariátide de la Antigüedad, sosteniendo sobre su cabeza el cesto con la captura del día. Los personajes aparecen en primer término, ocupando la mayor parte de la superficie pictórica, destacados sobre un paisaje de playa magníficamente trabajado, cuyas tonalidades parecen un eco de los colores de las ropas de los personajes.

Domina la escena una paleta cálida que refleja el sol mediterráneo, teñido de dorado en el crepúsculo; los ocres, verdes pardos y rojizos quedan contrastados, aunque entonados y equilibrados, con el intenso y luminoso blanco de las ropas de la muchacha, que tienen su reflejo en la espuma del mar, y que como el agua brillan con los tonos malvas y anaranjados del crepúsculo.

 

José Mongrell

 

Pintor y cartelista, José Mongrell estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, donde fue discípulo de Ignacio Pinazo y Joaquín Sorolla. Fue obteniendo renombre artístico gracias a su participación en numerosos concursos y exposiciones en Madrid y Barcelona. En 1897 realiza, con gran éxito, el cartel taurino para la Feria de San Jaime de Valencia, y de hecho su cartel de la Feria de Julio de Valencia de 1912 fue reeditado en 1971 con ocasión del centenario de estas fiestas. Obtuvo plaza de profesor en la Escuela de Bellas Artes de Sant Jordi de Barcelona, donde residió el resto de su vida. De este periodo destacan su retrato de Alfonso XIII y la obra monumental que realizó para el Palacio de la Generalitat de Cataluña, por encargo de la Diputación de Barcelona. En esta obra representó a la Virgen de Montserrat, rodeada por santos y reyes que le rinden culto. También realizó mosaicos de estilo modernista, como los del gran arco del Mercado de Colón y de la fachada de la Estación del Norte, ambos en Barcelona. Mongrell se dedicó al género costumbrista, al retrato y al paisaje, y fue un maestro de la captación del instante, logrando que sus escenas adquirieran vitalidad y dinamismo, a través de colores y luces brillantes y naturalistas.

Tradicionalmente encasillado como discípulo de Sorolla, sin embargo Mongrell sólo aprendió del maestro aquello que le sirvió para extender su arte. El pintor desarrolló su obra a caballo entre el regionalismo y el modernismo, pero en su obra se aprecia también un cierto simbolismo de influencia francesa. De hecho, Mongrell se caracterizó por poner el acento en el contenido, atribuyendo a la imagen un significado que va más allá de la pura apariencia. En una época en la que triunfaban las grandes composiciones históricas, ideales y dramáticas, este pintor desarrolló una pintura preocupada por plasmar el pasado y el presente desde una perspectiva cotidiana, amable y pintoresca, ajena por lo general a la grandilocuencia y teatralidad de la pintura de historia académica.

Pese a su dominio técnico, Mongrell no cayó como otros en un refinado manierismo al servicio de una temática intrascendente, sino que desarrolló un lenguaje plenamente personal, caracterizado por su dinamismo y su libertad expresiva. No obstante, será en su obra cartelística donde despliegue con mayor libertad sus conocimiento del colorido, evidenciando además su maestría para transmitir el mensaje publicitario. De hecho, el cartel que realizó en 1912 para la Feria de Julio de Valencia fue elegido en 1971 para ser reeditado con ocasión del centenario de estas fiestas. Mongrell realizó también distintos trabajos para la litografía Ortega, entre ellos varios carteles taurinos. También fue autor de varios carteles para la Exposición Regional Valenciana. Cabe destacar asimismo la importancia de sus mosaicos modernistas, en los que supo transmitir la vibración de la materia: el que decora al gran arco del Mercado de Colón y el situado en la fachada de la Estación del Norte (1915). También destacan por su calidad las decoraciones al fresco que realizó para la Casa Ferrer, en Cullera (Valencia), caracterizados por un lenguaje plenamente modernista y totalmente personal.

Actualmente, José Mongrell está representado en el Museo de Bellas Artes San Pío V y el Nacional de Cerámica y de Artes Suntuarias González Martí de Valencia, los de Bellas Artes de Asturias, Badajoz y Pontevedra, el Nacional de Arte de Cataluña, el Rijksmuseum de Ámsterdam, el Museo de La Habana y el de Bellas Artes de Buenos Aires, entre otros.

 

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Luis Graner Arrufí (Barcelona, 1863 – 1929). “La comida del niño”.

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GRANER ARRUFÍ

Lote en subasta:

GRANER ARRUFÍ, Luis (Barcelona, 1863 – 1929).
“La comida del niño”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior derecho.
76 x 101 cm; 94 x 120,5 cm (marco).

 
Luis Graner se formó en la Escuela de La Llotja de Barcelona, donde fue discípulo de Benito Mercadé y Antonio Caba, y en 1886 se traslada a París gracias a una beca de la Diputación de Barcelona. Durante sus cinco años en la capital francesa obtuvo dos terceras medallas en las Exposiciones Universales de Barcelona (1888) y París (1889). Instalado de nuevo en Barcelona en 1891, sigue participando en importantes exposiciones internacionales, como las de Berlín (1891), Munich (1892), Dusseldorf (1904). Asimismo, remitió obras a las Nacionales de Bellas Artes, obteniendo tercera medalla en 1895 y 1897, segunda en 1901 y condecoración en 1904. Ese mismo año Graner crea la Sala Mercè, diseñada por Gaudí, donde organizó sus “visiones musicales”, espectáculos que combinaban la poesía con la música, la escenografía con el cine.

Finalmente, arruinado, se traslada a América. Llegó a Nueva York en 1910, y ese mismo año celebró una exposición individual en la galería Edward Brandus. El éxito de esta muestra acarreará para Graner importantes encargos, entre ellos el retrato del magnate Carlos B. Alexander. Tras pasar cinco meses en Barcelona, Graner parte de nuevo hacia Nueva York, con destino final a La Habana. Allí realizará un ambicioso y monumental proyecto, una obra titulada “La pesca de la noche”. En 1911 deja Cuba para trasladarse a Nueva Orleans, y poco después se encuentra ya en San Francisco. Allí inaugurará una exposición de setenta y seis cuadros, celebrada en el California Club, que fue la muestra individual más extensa nunca realizada hasta la fecha en la ciudad. Las obras allí expuestas fueron admiradas por el presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, a cuyo hijo y nuera Graner ya había retratado. En esta misma época realizará varios tapices pintados para el director de cine David W. Griffith. Antes de que finalice el año se halla de nuevo en Nueva York, donde expone de nuevo individualmente con gran éxito. Continúa realizando retratos de importantes personalidades del país, y en 1912 celebra otra exposición clave, esta vez en The Ralston Galleries (Nueva York).

En los años siguientes continuará con su brillante carrera internacional en Brasil y Chile, para finalmente regresar a los Estados Unidos, donde permanecerá debido al estallido de la Gran Guerra, pasando por Nueva York, Nueva Orleans, Chicago y otras ciudades, siempre exhibiendo con gran éxito su pintura. En los años veinte viajará a Argentina, Uruguay y Cuba, y finalmente en Nueva Orleans queda postrado por una grave enfermedad que dañará irremediablemente su mente, transformando también su obra, que perderá la garra y la trascendencia de sus etapas anteriores. Arruinado y enfermo, sin hallar mercado para sus cuadros, finalmente regresa a Barcelona en 1928, poco antes de su muerte, tras dieciocho años de gloria que terminaron en penuria. Ese mismo año expuso individualmente en el hotel Ritz y en las Galerías Layetanas de Barcelona, y a finales de año celebra una importante retrospectiva en la Sala Parés, para finalmente fallecer en mayo de 1929 a los sesenta y seis años de edad.

Sus pinturas, de un estilo realista en la forma, toman por tema la vida cotidiana de la gente humilde. En sus escenas de interior muestra una profunda influencia de Latour, aprendida en sus años parisinos, que le lleva a centrarse en la expresividad de la luz artificial. Especializado en la pintura de género, también cultivó el paisaje y el retrato. Su obra está presente en el Museo del Prado, el MACBA de Barcelona, el Nacional de Arte de Cataluña, la Hispanic Society de Nueva York y el Museo Balaguer de Vilanova i la Geltrú, entre otros, así como en importantes colecciones privadas catalanas.

 

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Ramon Casas Carbó (Barcelona, 1866 – 1932). “Retrato femenino”.

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Ramon CASAS

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CASAS CARBÓ, Ramón (Barcelona, 1866 – 1932).
“Retrato femenino”.
Carboncillo y ceras sobre papel.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo. Con etiqueta al dorso de la Sala Parés de Barcelona.
Medidas: 55 x 43 cm; 90 x 78 cm (marco).

 

En esta obra Ramón Casas nos presenta un retrato de gran inmediatez, captado como una instantánea de la vida cotidiana, un momento fugaz inmortalizado gracias al arte del pintor, que obliga a nuestra mirada a fijarse en la belleza de lo que nos rodea, pero que por costumbre o por su propio carácter fugaz no somos capaces de reconocer o admirar. La mujer aparece representada de medio cuerpo, cubierta por un chal floreado y tocada con un gracioso sombrero ladeado, de corte masculino, un detalle que refuerza la impresión del carácter fuerte e independiente de la mujer, que se muestra ante nosotros orgullosa, clavando su mirada sin pudor en algo que no vemos, ignorando nuestra presencia. Esta imagen combina la sensualidad formal de la línea sinuosa y enérgica, típicamente modernista, con el gran realismo con el que se ha plasmado una imagen estrictamente contemporánea. Se trata de una obra muy ligada al diseño gráfico de la época; la expresiva linealidad, la sobriedad de los colores y la atención a temas actuales, coinciden con los rasgos de los carteles y las ilustraciones para revistas. Se trata de un dibujo dinámico, sensual y esquematizado, con el tema de la mujer como centro absoluto.

La figura femenina fue la protagonista del modernismo catalán; una mujer moderna, manola popular o burguesa barcelonesa, damas jóvenes y elegantes sorprendidas en sus momentos de ocio, leyendo, paseando o mirando al espectador, melancólicas y tentadoras. La escuela catalana de dibujo modernista fue radicalmente opuesta a la decorativista y simbólica del Art Nouveau imperante. Realista y sintética, centra su atención en el mundo urbano contemporáneo y no en el símbolo literario. Así, Ramón Casas y sus contemporáneos utilizan la misma línea sinuosa, movida y profundamente expresiva, pero la base conceptual es totalmente personal y diferente. Destaca así en esta obra la impresión de fugacidad; en el mundo moderno, industrial y urbano, nada permanece, la sociedad está en constante cambio, la ciudad está en obras y la gente recorre con prisa sus calles.

Destacado pintor y dibujante, Casas se inicia en la pintura como discípulo de Joan Vicens. En 1881 realiza su primer viaje a París, donde completó su formación en las academias Carolus Duran y Gervex. Al año siguiente participa por primera vez en una muestra en la Sala Parés de Barcelona, y en 1883 presenta, en el Salón de los Campos Elíseos de París, un autorretrato que le valió la invitación para convertirse en miembro del salón de la Societé d’Artistes Françaises. Los siguientes años los pasa viajando y pintando entre París, Barcelona, Madrid y Granada. En 1886, aquejado de tuberculosis, se asienta en Barcelona para recuperarse. Allí entra en contacto con Santiago Rusiñol, Eugène Carrière e Ignacio Zuloaga. Tras un viaje recorriendo Cataluña junto a Rusiñol, en 1889, Casas regresa con su amigo a París. Al año siguiente participa en una colectiva en la Sala Parés, junto con Rusiñol y Clarasó, y de hecho los tres continuarán realizando exposiciones conjuntas en dicha sala hasta la muerte de Rusiñol en 1931. Sus obras de este momento se encuentran a medio camino entre el academicismo y el impresionismo francés, en una suerte de germen de lo que sería más tarde el modernismo catalán.

Su fama continúa extendiéndose por toda Europa, y realiza exposiciones de éxito en Madrid y Berlín, además de participar en la Exposición Mundial de Chicago de 1893. Casas se establece definitivamente en Barcelona, inmerso en el ambiente modernista, aunque sigue viajando a París para los salones anuales. Financió el local que sería punto de referencia para los modernistas, el café Els Quatre Gats, inaugurado en 1897. Dos años después organiza su primera muestra individual en la Sala Parés. Mientras crecía su fama como pintor, Casas empezó a trabajar como diseñador gráfico, adoptando el estilo Art Nouveau que llegó a definir al Modernismo catalán. En los años siguientes se suceden sus éxitos: presenta dos obras en la Exposición Universal de París de 1900, gana un premio en Munich en 1901, varias de sus obras quedan en la exposición permanente del Círculo del Liceo, realiza diversas muestras internacionales y, en 1904, obtiene el primer premio en la Exposición General de Madrid. Está representado en el Museo del Prado, el Nacional de Arte de Cataluña, el Nacional Reina Sofía, el Thyssen-Bornemisza, el de Montserrat, el Cau Ferrat de Sitges, el Camón Aznar de Zaragoza y los de Arte Contemporáneo de Barcelona y Sevilla, entre muchos otros.
 

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Luis Graner Arrufí (Barcelona, 1863 – 1929). “Los bebedores”.

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GRANER ARRUFÍ

GRANER ARRUFÍ, Luis (Barcelona, 1863 – 1929).
“Los bebedores”. Óleo sobre lienzo.
Firmado y dedicado “A mi buen amigo D. Hugo Herberg” en el ángulo inferior derecho.
Medidas: 40 x 90 cm; 58 x 108 cm (marco).

 

Luis Graner aprovecha en esta obra una temática costumbrista y local para realizar cinco magníficos retratos, captados con una inmediatez que nos hace pensar en la fotografía, pero que sin embargo va más allá del simple afán documental para reflejar las distintas personalidades de los hombres, reflejadas tanto en sus rasgos como en sus gestos y actitudes. Los cinco parecen posar para el pintor, o más bien mirarnos directamente, integrándonos en la festiva escena que protagonizan. El situado en el centro aparece coronado con hojas de parra, lo que nos indica que se trata de una imagen propia de una celebración popular relacionada con la vendimia. Sólo uno de ellos permanece ajeno a nuestra presencia; se trata del más joven, colocado en un segundo plano, cuya mirada vemos perdida, quizás por efecto del vino que protagoniza la celebración.

Luis Graner se formó en la Escuela de La Llotja de Barcelona, donde fue discípulo de Benito Mercadé y Antonio Caba, y en 1886 se traslada a París gracias a una beca de la Diputación de Barcelona. Durante sus cinco años en la capital francesa obtuvo dos terceras medallas en las Exposiciones Universales de Barcelona (1888) y París (1889). Instalado de nuevo en Barcelona en 1891, sigue participando en importantes exposiciones internacionales, como las de Berlín (1891), Munich (1892), Dusseldorf (1904). Asimismo, remitió obras a las Nacionales de Bellas Artes, obteniendo tercera medalla en 1895 y 1897, segunda en 1901 y condecoración en 1904. Ese mismo año Graner crea la Sala Mercè, diseñada por Gaudí, donde organizó sus “visiones musicales”, espectáculos que combinaban la poesía con la música, la escenografía con el cine. Finalmente, arruinado, se traslada a América. Llegó a Nueva York en 1910, y ese mismo año celebró una exposición individual en la galería Edward Brandus. El éxito de esta muestra acarreará para Graner importantes encargos, entre ellos el retrato del magnate Carlos B. Alexander.

Tras pasar cinco meses en Barcelona, Graner parte de nuevo hacia Nueva York, con destino final a La Habana. Allí realizará un ambicioso y monumental proyecto, una obra titulada “La pesca de la noche”. En 1911 deja Cuba para trasladarse a Nueva Orleans, y poco después se encuentra ya en San Francisco. Allí inaugurará una exposición de setenta y seis cuadros, celebrada en el California Club, que fue la muestra individual más extensa nunca realizada hasta la fecha en la ciudad. Las obras allí expuestas fueron admiradas por el presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, a cuyo hijo y nuera Graner ya había retratado. En esta misma época realizará varios tapices pintados para el director de cine David W. Griffith. Antes de que finalice el año se halla de nuevo en Nueva York, donde expone de nuevo individualmente con gran éxito. Continúa realizando retratos de importantes personalidades del país, y en 1912 celebra otra exposición clave, esta vez en The Ralston Galleries (Nueva York). En los años siguientes continuará con su brillante carrera internacional en Brasil y Chile, para finalmente regresar a los Estados Unidos, donde permanecerá debido al estallido de la Gran Guerra, pasando por Nueva York, Nueva Orleans, Chicago y otras ciudades, siempre exhibiendo con gran éxito su pintura. En los años veinte viajará a Argentina, Uruguay y Cuba, y finalmente en Nueva Orleans queda postrado por una grave enfermedad que dañará irremediablemente su mente, transformando también su obra, que perderá la garra y la trascendencia de sus etapas anteriores.

Arruinado y enfermo, sin hallar mercado para sus cuadros, finalmente regresa a Barcelona en 1928, poco antes de su muerte, tras dieciocho años de gloria que terminaron en penuria. Ese mismo año expuso individualmente en el hotel Ritz y en las Galerías Layetanas de Barcelona, y a finales de año celebra una importante retrospectiva en la Sala Parés, para finalmente fallecer en mayo de 1929 a los sesenta y seis años de edad. Sus pinturas, de un estilo realista en la forma, toman por tema la vida cotidiana de la gente humilde, si bien también cultivó el paisaje y el retrato. En sus escenas de interior muestra una profunda influencia de Latour, aprendida en sus años parisinos, que le lleva a centrarse en la expresividad de la luz artificial. Especializado en la pintura de género, también cultivó el paisaje y el retrato. Su obra está presente en el Museo del Prado, el MACBA de Barcelona, el Nacional de Arte de Cataluña, la Hispanic Society de Nueva York y el Museo Balaguer de Vilanova i la Geltrú, entre otros, así como en importantes colecciones privadas catalanas.

 

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Ramon Casas Carbó (Barcelona, 1866 – 1932). “Retrato de Glòria Codina de Riera”.

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RAMON CASAS

CASAS CARBÓ, Ramón (Barcelona, 1866 – 1932).
“Retrato de Glòria Codina de Riera”, h. 1929.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo.
Medidas: 90 x 80 cm; 115 x 105 cm (marco).
Obra catalogada en “Ramon Casas. Una vida dedicada a l’art. Catàleg raonat de l’obra pictòrica”, de Isabel Coll, nº 678, p. 396 (Barcelona: El Centaure Groc, 1999).
Se puede expedir certificado de D. Marçal Barrachina a petición y cargo del comprador.

 

Ramón Casas fue un artista célebre por sus ilustraciones y sus retratos, y en concreto en sus retratos femeninos confluyen ambas vertientes de su obra, dado que la figura femenina constituyó la esencia misma de sus carteles e ilustraciones. Así, en sus retratos femeninos vemos la misma visión sensual y decorativa de la figura de la mujer, tanto en aquellos en los que la dama posa en actitud insinuante como en aquellos de concepción más sobria, como el que aquí presentamos. Así, aunque lejos de sus retratos de Julia Pelaire, amante del pintor, aquí vemos un retrato digno y elegante, con una mujer que mira directamente al espectador, orgullosa e incluso retadora, pero sin embargo mostrando la misma belleza delicada y seductora propia de los tipos femeninos de Casas. Esto queda además reflejado, de forma sutil, a través de elementos puramente plásticos como es el del contraste entre la frialdad casi metálica del elegante vestido de la modelo y la calidez, blandura y suavidad de las carnaciones, rosadas en el rostro y algo más nacaradas en el pecho y los brazos.

A nivel compositivo vemos la simplicidad, el orden y la claridad propios de todos los retratos de Casas, que por otro lado siguen las formas de representación más del gusto de la época. La mujer aparece en primer plano, sentada en una silla de madera pintada de blanco, con tapicería amarilla, sobre un fondo neutro y luminoso, trabajado en delicados tonos azules y amarillos que funcionan como un eco de los colores del vestido y la silla. La composición es centrada y piramidal, recordando incluso a los clásicos italianos; la figura adquiere así una mayor monumentalidad, a la manera clásica, y la composición se articula en torno a ella. La cúspide de la pirámide es el rostro de la mujer, elegantemente peinada, cuyos profundos y expresivos ojos oscuros, resaltados por una delicada sombra en los párpados, de recuerdo simbolista, miran directamente al espectador. Completa la sobria y casi solemne expresión la pequeña boca pintada de color coral intenso, fruncida y seria, que nos habla del carácter fuerte e independiente de la mujer mejor que ningún símbolo accesorio. La dama aparece adornada con varias joyas, magníficamente trabajadas pero que, sin embargo, no compiten en importancia con el rostro, absoluto centro de la composición.

Ya desde sus inicios Casas mostró una clara predilección por el retrato, y una especial maestría para captar la realidad a través de un lenguaje totalmente propio, sintético, expresivo y moderno, que dejaba atrás el decorativismo y el simbolismo del Art Nouveau imperante. Ya en 1899, con tan sólo treinta y dos años, inaugura en Barcelona una exposición antológica de su obra. Esta muestra dio a conocer al público su colección de más de cien retratos al carbón de personalidades de la época, realizadas en aquel mismo año. Esta exposición consagró a Casas como el mejor retratista de su época, gracias no sólo a su maestría formal, sino también a la perfecta descripción psicológica de sus modelos.

Destacado pintor y dibujante, Casas se inicia en la pintura como discípulo de Joan Vicens. En 1881 realiza su primer viaje a París, donde completó su formación en las academias Carolus Duran y Gervex. Al año siguiente participa por primera vez en una muestra en la Sala Parés de Barcelona, y en 1883 presenta, en el Salón de los Campos Elíseos de París, un autorretrato que le valió la invitación para convertirse en miembro del salón de la Societé d’Artistes Françaises. Los siguientes años los pasa viajando y pintando entre París, Barcelona, Madrid y Granada. En 1886, aquejado de tuberculosis, se asienta en Barcelona para recuperarse. Allí entra en contacto con Santiago Rusiñol, Eugène Carrière e Ignacio Zuloaga. Tras un viaje recorriendo Cataluña junto a Rusiñol, en 1889, Casas regresa con su amigo a París. Al año siguiente participa en una colectiva en la Sala Parés, junto con Rusiñol y Clarasó, y de hecho los tres continuarán realizando exposiciones conjuntas en dicha sala hasta la muerte de Rusiñol en 1931. Sus obras de este momento se encuentran a medio camino entre el academicismo y el impresionismo francés, en una suerte de germen de lo que sería más tarde el modernismo catalán.

Su fama continúa extendiéndose por toda Europa, y realiza exposiciones de éxito en Madrid y Berlín, además de participar en la Exposición Mundial de Chicago de 1893. Casas se establece definitivamente en Barcelona, inmerso en el ambiente modernista, aunque sigue viajando a París para los salones anuales. Financió el local que sería punto de referencia para los modernistas, el café Els Quatre Gats, inaugurado en 1897. Dos años después organiza su primera muestra individual en la Sala Parés. Mientras crecía su fama como pintor, Casas empezó a trabajar como diseñador gráfico, adoptando el estilo Art Nouveau que llegó a definir al Modernismo catalán. En los años siguientes se suceden sus éxitos: presenta dos obras en la Exposición Universal de París de 1900, gana un premio en Munich en 1901, varias de sus obras quedan en la exposición permanente del Círculo del Liceo, realiza diversas muestras internacionales y, en 1904, obtiene el primer premio en la Exposición General de Madrid. Está representado en el Museo del Prado, el Nacional de Arte de Cataluña, el Nacional Reina Sofía, el Thyssen-Bornemisza, el de Montserrat, el Cau Ferrat de Sitges, el Camón Aznar de Zaragoza y los de Arte Contemporáneo de Barcelona y Sevilla, entre muchos otros.
 

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